Psicología de los públicos y análisis de Trump. Sobre [La rebelión del público], de Martin Gurri

Una reseña de La rebelión del público y la crisis de autoridad en el nuevo milenio, de Martin Gurri. Que la red no quiera gobernar no implica que no haya una gubernamentalidad de la red.

Psicología de los públicos y análisis de Trump. Sobre [La rebelión del público], de Martin Gurri

Martin Gurri leía diarios para la CIA. Era su laburo: bucear en esos espacios privilegiados para la producción y la formación de opinión pública. Hasta que, a principios de la década pasada, se dio cuenta de que algo había cambiado irremediablemente. Mientras en Argentina poníamos quinta en la discusión sobre eso que el kirchnerismo llamó el rol de los medios, Gurri descubría que ese rol ya no era tal. El resultado de esa, digamos, epifanía es el libro La rebelión del público y la crisis de autoridad en el nuevo milenio, que editó recientemente en Argentina el sello Interferencias, y que reseño en estas líneas.

El libro es un ladrillo: contando las notas al pie, supera las 500 páginas. Pero se lee rápido. Gurri escribe más como el bloguero que es que como el asesor de la CIA que fue; sin duda, no como un académico, y ni siquiera como un ensayista. El lenguaje es llano, hay muchos gráficos y algo de humor. Funciona perfectamente bien para el tema que está tratando. Ese tema se refiere a lo que el autor denomina la Quinta Ola: una transformación radical en la comunicación y la información, definida de forma casi materialista por una revolución tecnológica, la de Internet y las redes sociales. Pero a Gurri no le preocupan estos medios en sí sino la socialización que emerge de ellos.

La tesis es clara: en el siglo XXI las masas dejan lugar a los públicos, y esto conlleva una puesta en crisis de las formas jerárquicas de autoridad desplegadas por los Estados y las instituciones en general. "El agente perturbador entre los públicos y la autoridad", afirma el libro, "es la información" (p. 71).

Si bien no es ni quiere ser un sociólogo o un filósofo, Gurri va a desplegar un andamiaje conceptual de su autoría, lógicamente interconectado, para dar lugar a la "historia" que quiere contar: la de una batalla aún no resuelta. Esquemáticamente, define dos estructuras sociales posibles, a las que llama jerarquía (o bien Centro) y la red (o bien Frontera). La jerarquía es el antiguo régimen: una autoridad verticalmente ejercida, establecida y acreditada, centralizada, identificada con la planificación y el largo plazo. La red es lo que surge ahora: una rebelión pública, descentralizada, veloz, inconstante. La red hace tambalearse la autoridad jerárquica, pero no la reemplaza. Se organiza a través de comunidad de interés, que sólo aparecen en las redes sociales y otros espacios digitales, y se distinguen de las masas pasivas de los siglos previos.

¿Suena esquemático, simplista? Lo es, intencionalmente. Pero es un esquema que funciona. El libro se va a enfocar en múltiples ejemplos; imagino que quien lea esto ya tendrá algunos en la cabeza: la alt-right y el origen del trumpismo, el Brexit, los feminismos en Latinoamérica, etcétera. Pero los casos que el libro trabaja detalladamente son otros: la Primavera Árabe, los movimientos del Tea Party y Occupy Wall Street, y los indignados en España.

Imaginen un record scratch cuando lean esto, por favor.

El problema con adelantarte a los hechos es que tus referencias quedan viejas. Gurri efectivamente vio algo que estaba pasando, una dinámica de la que pronto sería trillado hablar, pero la vio demasiado pronto: allá por 2014. El libro parece darle mucha importancia a eventos que, hoy, sabemos que no tuvieron una incidencia tan significativa. Al mismo tiempo, las advertencias debidamente presentadas no fueron lo suficientemente persuasivas si, 9 años después, la victoria de Milei sorprendió a todo el mundo. (El capítulo final del libro corresponde a la reedición de 2018, y da cuenta de todos los fenómenos políticos sucedidos desde entonces, de forma clara y acertada.)

Gurri vio algo, efectivamente, pero ¿analiza bien eso que vio? Quiero detenerme sobre tres elementos de su argumentación.

En primer lugar, la especificidad contemporánea de la red. ¿Es cierto que tanto ha cambiado con internet? ¿O, como asegura un texto maldito que me recomendaron recientemente, estamos sobreestimando su importancia? Específicamente, ¿son tan nuevos los públicos? El sociólogo francés Gabriel Tarde los identificó como sustrato de la socialidad moderna hace más de un siglo. Gurri parece reconocer esto cuando advierte que "el público nunca desapareció bajo el peso de las masas" (p. 117). De todos modos, creo que es válido preguntarse por el riesgo de dar un peso tan grande en el análisis a fenómenos que todavía están teniendo lugar.

En segundo lugar, y yendo a algo más importante, creo que la contraposición red/jerarquía merece algunas críticas. Este es un libro escrito por un tipo que laburaba para la CIA: nadie va a exigirle que lea filosofía continental. La única referencia teórica explícita es la del título: el existencialista español Ortega y Gasset. Sin embargo, el libro se inscribe, aun inconscientemente, en una tradición: la de Psicología de las masas y análisis del yo, de Freud; la de los textos de Gustave Le Bon y Émile Durkheim, y forzando un poco la genealogía, todos los trabajos sobre populismo en la línea de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. (Me pregunto, incluso, si no hay un paralelismo bastante firme entre este texto y El espectador emancipado, de Jacques Rancière). Esta filiación involuntaria tiene algunas consecuencias.

El libro no piensa términos medios. O hay jerarquía o hay red, y no hay tampoco vínculos posibles entre ellos. Pero, lo que es más grave, en esta concepción el público se distingue de la masa porque esta última es pasiva, receptora amorfa de una autoridad que desciende sobre ella sin cuestionamiento. Es decir: por un lado, el problema de lo horizontal como alternativa de lo vertical; por el otro, dentro de la relación con el Centro, la posibilidad de una bilateralidad de la autoridad como alternativa de la unilateralidad previa.

Todas estas premisas me parecen altamente discutibles. De hecho, cualquier noción clásica de legitimidad implica siempre una búsqueda de consenso que nunca es total y siempre es problemático. Gurri tiene en cuenta esto cuando postula una trascendencia y preeminencia de la persuasión sobre la violencia y el dinero (p. 193), pero persiste en él la idea de que el Centro tiene un "monopolio" de la autoridad. Este es el momento donde toca recordar que Max Weber siempre hablo de la pretensión del monopolio legítimo de (por ejemplo) los medios de coacción, y no del monopolio en sí.

El tercer elemento que quiero resaltar está más bien ausente en el texto en sí. Es la relación de la estructura red con la estructura mercado. El libro habla de comunidades de interés, que se imaginan organizadas en foros, en sitios web, en redes sociales; sus sujetos son los homos informatici, ciudadanos que intercambian ideas. La metáfora, conscientemente o no, es minuciosa: las redes sociales son the marketplace of Ideas, están organizadas como un mercado. De hecho, no es una casualidad que los orígenes de la transformación que describe como Quinta Ola daten aproximadamente de los tempranos 70. Crisis del Petróleo, fin del patrón Oro, emergencia del toyotismo, primeros experimentos del neoliberalismo y bases tecnológicas de lo que veinte años después será internet: la coincidencia es evidente. De hecho, el libro casi lo dice explícitamente cuando identifica a la jerarquía o el Centro con la planificación económica estatal, cuyo reverso es, por supuesto, la descentralización del mercado.

Esto se vincula a una afirmación que hace Gurri: que la Red no quiere gobernar. No quiere suplantar a la jerarquía. Hay algo de cierto en esta idea, que expresó (a mi juicio muy acertadamente, pese a que el meme se volvió en su contra) Contrapoints:

Pero que la red no quiera gobernar no implica que no haya una gubernamentalidad de la red. Los sujetos del público que describe Gurri son personas plenamente independientes, capaces de actuar e imponer una voluntad que es propia y conocen perfectamente: no es el tipo de sujeto que describiríamos hoy al hablar de las redes sociales. Es significativo que el libro describa una red sin algoritmo, pero también sin dueños. "Las redes sociales son igualitarias hasta el límite de la disfuncionalidad" (p. 73), argumenta, de una forma que anticipa los discursos utópicos sobre bitcoin y la blockchain (aunque sin valoración, en este caso). Pero las redes no son igualitarias: son espacios gobernados por las corporaciones (jerárquicas) que las construyeron y las operan. Hasta el momento, no ha habido una pulsión democrática en las redes con la fuerza capaz de escapar totalmente del gobierno vertical. (Quizás se trate justamente de este intento de totalizar; de que la red no tenga nada que ver con la jerarquía, lo que resulta problemático. Habría que leer este texto en paralelo al gran libro de Juan Ruocco, ¿La democracia en peligro?).

Ahora bien, dejando de lado la cuestión de la gubernamentalidad de la red, ¿qué ocurre con ese no-deseo de gobernar de la red? En el libro se dedica mucho tiempo a analizar un "nihilismo" como malestar de la cultura contemporánea. Esto es interesante: Gurri acierta al pensar la cuestión de la negación, del rechazo de las formas de autoridad hasta ahora establecidas, como definitorias de la época. De hecho, uno de los mejores pasajes del libro es el que está dedicado a pensar la crisis de autoridad de otras instituciones, y específicamente de la ciencia (pp. 194 a 238). En esto, una vez más, el autor se ha adelantado a su tiempo: lo escribió sin conocer el escepticismo ante las vacunas, amén del terraplanismo, etcétera.

Pero (esto es lo interesante), se trata de una negación que no es correlativa a la existencia de una negatividad efectiva. Una contracultura contestataria; una serie de discursos que rechacen con razones el estado de cosas; la posibilidad de imaginar algo distinto; en fin, todo aquello de lo que escribía un bloguero británico del que me prometí que iba a hablar menos. Gurri no va a identificar esto con un realismo capitalista (ni tendría por qué hacerlo). Creo que sí da en el clavo cuando habla de la política de Obama; de lo que se puede llamar Obamismo. La descripción que da de un presidente que cuestiona al poder como admitiendo su incapacidad de hacer nada es muy certera.

El libro no intenta ser sólo diagnóstico, sino también propositivo. Lamentablemente sus dos propuestas son bastante pobres. En primer lugar, dice Gurri, deberíamos moderar nuestras expectativas. "Los políticos deberían ser recompensados por la modestia de sus pretensiones en lugar de por la ambición heróica de su retórica", sugiere (p. 344); en otra parte estará muy confiado de nuestra capacidad de incidir sobre la política a través de nuestras opiniones, nuestros consumos y nuestros votos (en partes iguales). No me voy a detener siquiera en la segunda propuesta (que el gobierno pase a estar online), porque creo que la primera demuestra una contradicción inherente al texto, una de la que Gurri es plenamente consciente.

No se tomen muy en serio el meme: da la impresión de que Gurri sabe que la propuesta que hace es radicalmente imposible y bastante poco deseable.

Me refiero a una contradicción entre esta idea de que es posible moderar las expectativas y la noción de que estamos ante una crisis sin precedentes. Esto último, un sentimiento casi de urgencia, está presente en todo el texto. "El nihilista es peligroso en parte porque tiene razón" dice una vez (p. 341); y otra: "nos enfrentamos a una posibilidad aún más inquietante: que la política democrática disputa sobre cuestiones que los gobiernos democráticos no tienen el poder para resolver" (p. 284). Esta distinción entre la política democrática (el planteo de cuestiones) y el gobierno democrático (el poder para resolverlas) es muy interesante, y abre la puerta para decir que las redes implican una política democrática pero un gobierno que no lo sea. El libro cierra diciendo algo similar:

"El proceso democrático está ante un peligro de auto-negación. Los cambios de humor del público se deben a los fracasos del gobierno, no a una esperanza de cambio. Cada fracaso desangra la legitimidad del sistema, erosiona la fe en la maquinaria de la democracia y prepara el camino para el extremo opuesto. La democracia como ideal e ideología carece hoy de verdaderos rivales. Fukuyama tenía, en efecto, parte de razón. Pero hay una decadencia en ciertos momentos históricos, una entropía de los sistemas, que no impulsada por una dinámica interna, que no exige ideales o estructuras alternativas antes de que se inicie la desintegración. En algún momento, el fracaso se convierte en definitivo." (P. 388).

Me parece importante poner el foco sobre un tema: Gurri no afirma nunca que las redes hayan triunfado (por supuesto) pero tampoco en que vayan a hacerlo. Su tesis es que estamos en un tiempo de cambios, de disputa entre dos estructuras cuya resolución no es clara, en su forma ni en sus plazos. Esta tesis es cuidadosa. Pero lo más interesante del libro, y el motivo por el que creo que vale la pena leerlo y discutirlo más allá de las críticas que he planteado, es que se ocupó de hacer sonar la alarma (y lo hizo antes que muchos).