Aceleración y reforma. Sobre [Después del Trabajo], de Hester y Srnicek

Aceleración y reforma. Sobre [Después del Trabajo], de Hester y Srnicek

Nick Srnicek es un teórico canadiense. Nos ahorro un problema: su apellido se pronuncia "sér-nek". Junto a Alex Williams, escribió el Manifiesto por una Política Aceleracionista (MPA), que en 2013 reclamaba una izquierda no tecnófoba y que abrazara en simultáneo la herencia del capitalismo y la promesa de transformación radical de la sociedad. De hecho, planteaba que ambas podían y debían ir de la mano, que atravesar el proceso era necesario y que el Capitalismo sólo se dislocaría si avanzaba más allá de sus propios límites. Srnicek y Williams acusaban a Nick Land y el aceleracionismo de derecha de "confundir velocidad con aceleración" y de estetizar como radical a un Capital que todavía es demasiado humano. Aseguraban que el viejo dilema leninista de la dicotomía entre electrificación y soviets se veía resuelto por la cibernética contemporánea, y promovían una esperanza radical en desmantelar el modo de producción dominante a través de intervenciones que lo radicalizaran hasta un breaking point.

Helen Hester es una teórica británica, fundadora del grupo Laboria Cuboniks. Con ese colectivo, escribió el Manifiesto Xenofeminista (XF). Es un trabajo radical, en mi opinión muy superior al MPA, en el que claramente se inspira. Las xenofeministas proponen una política que abrace la alienación como herramienta para romper la supuesta inmediatez de la producción capitalista, y postula una reapropiación tecnológica destinada a modificar y liberar los cuerpos de los imperativos del patriarcado, tomando los medios de reproducción y generando nuevas subjetividades para el postcapitalismo.

Son, además de todo esto, un matrimonio. Y una dupla teórica. Este año Caja Negra editó en español su primer libro en conjunto, Después del trabajo. Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre.

El aceleracionismo de izquierda siempre ha sido cuestionado por ser básicamente un reformismo socialdemócrata con una estética radical. Un amigo me dijo, circa 2016, cuando la fiebre /acc/ estaba en alza, que todo lo que pretendía hacer el MPA lo podía hacer la Unión Europea con una presidencia progresista. Es una hipérbole, y creo que en cierto sentido oculta los efectos que el MPA tuvo para el pensamiento político contemporáneo: su convocatoria a reinventar la radicalidad y a abrazar la tecnología fue poderosa; amén de que el XF era efectivamente bastante más ambicioso e incompatible con el liberalismo. Sin embargo, da la impresión de que esta crítica le cabe bastante bien a Después del trabajo, un libro cuyas propuestas parecen marcadamente moderadas en comparación.

En realidad, no es ninguna novedad que Srnicek y Williams se han alejado de las ideas que sostenían en el MPA. Después de ese texto, publicaron Inventar el Futuro, un libro sobre la posibilidad de que la automatización laboral sea algo bueno. Los autores proponen combinarlo con un Ingreso Básico Universal para construir un mundo poslaboral como base del postcapitalismo. No hay una mención al aceleracionismo en todo el volumen. Srnicek también escribió, esta vez en solitario, Capitalismo de plataformas, un buen trabajo que piensa las transformaciones actuales de la economía a partir de los dispositivos del estilo Amazon, Rappi y Uber.

Hay, como se ve, una preocupación general por la cuestión del trabajo, quizás herencia del autonomismo y el operaísmo. Quizás en ese sentido el aceleracionismo de Srnicek es "de izquierda": no cede la primacía operativa al Capital, como hace Land. Así llegamos a Después del trabajo, cuyo título parece proponer una nueva lectura sobre la posible organización social de un mundo que no se organice en torno a la relación laboral como ha sido planteada bajo el capitalismo.

Pero no es así. En realidad la clave está en el subtítulo: "Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre". La pregunta no es "¿cómo se produciría bajo el poscapitalismo?" sino la clásica réplica a una propuesta poslaboral: "¿qué haría la gente con su tiempo?" Y, más en general, ¿cómo se organizará la vida y la reproducción social? En cierto sentido, el libro podría haberse titulado Después de la familia o Manifiesto por una Aceleración de los Cuidados. "La lucha contra el trabajo es una lucha por el tiempo libre", dicen, y el proyecto es "desarrollar un enfoque sobre la reproducción social que valore la libertad para todos: que reconozca el trabajo reproductivo como trabajo, que lo reduzca todo lo posible y que distribuya el trabajo restante de manera equitativa."

Hester y Srnicek se hacen cargo de una deuda clara en la teoría marxista, que han marcado sostenidamente las feministas, vinculada al tema de la reproducción social y el problema que implica pensar los cuidados como ontológicamente distintos y separados del trabajo. En un gesto efectivamente transformador, proponen un enroque: pensar la reproducción social primero y la producción como secundaria.

A partir de esa tesis, H&S despliegan una crítica del capitalismo a través de sus dos instituciones dominantes, el trabajo y la familia, en el espacio privilegiado de la reproducción, el hogar. Los primeros dos capítulos se dedican a la historia de este todo complejo, pensando primero las tecnologías domésticas y luego los estándares que determinan la necesidad de los cuidados. El problema central es la "paradoja de Cowan": a pesar de los avances tecnológicos, el tiempo destinado a tareas domésticas no se ha reducido. No es difícil ver la relación con la crítica al aceleracionismo línea MPA: la automatización no ha reducido la explotación en el espacio de trabajo, la cibernética no ha resuelto el "problema del cálculo" de la planificación socialista, etcétera.

El libro cobra velocidad (acelera, digamos) en los capítulos siguientes, dedicados a las familias y los espacios, respectivamente. El primero pone el foco en la crisis de la forma familiar: los avances en materia de igualdad de género han echado por tierra el modelo de "jefe de familia / ama de casa", pero las nuevas relaciones no ofrecen una solución al problema del tiempo libre y los cuidados. H&S son inteligentes al remarcar que la automatización no puede resolver fácilmente estos problemas, y que incluso actividades "gratificantes" como el cuidado de niños siguen siendo trabajo. Al final del capítulo, lanzan una hipótesis:

"Es difícil encontrar una salida a la actual crisis reproductiva que no implique un replanteamiento fundamental del régimen reproductivo familiar: uno que cuestione los supuestos sedimentados sobre el rol de la familia, el hogar, los estándares sociales y las tecnologías domésticas." (p. 164)

El capítulo siguiente, titulado "Espacios", avanza en el proceso de radicalización de las ideas. H&S abren con el concepto más disruptivo del libro, el de realismo doméstico: "la obstinación de los imaginarios domésticos frente a otras visiones de reacondicionamiento sociotécnico ciertamente más amplias." La referencia a Fisher y su realismo capitalista es explícita, y en cierto modo todo el capítulo funciona como una suerte de retorno a Fisher.

En este capítulo, H&S analizan una serie de formas de organización social y familiar distintas a la familia nuclear moderna: la comuna rusa, la experimentación en el hogar anglo-estadounidense de comienzos del siglo XX, la vivienda social, las comunas hippies y el lesbofeminismo separatista. No hay romanticismo, sino una lectura crítica de estos espacios, especialmente de los últimos dos. El libro se toma bastante en serio los problemas de todas estas formas alternativas de organización social: la falta de intimidad, el surgimiento de formas de violencia específicas, etcétera. Y, además, se plantea una historización de la configuración contemporánea del hogar como un refugio contra-comunista: la propiedad privada erigida ideológicamente contra la vida en comunidad, pese a que la experimentación doméstica también tomó lugar dentro del mismo capitalismo, con ideas como la "taylorización" de las tareas de cuidados.

Este es el momento más aceleracionista del libro, al menos en el sentido del MPA (no quiero discutir acá si eso configura un aceleracionismo efectivo: hay que reconocer que fueron los primeros en adoptar ese término con un sentido positivo.) H&S proponen reactivar una serie de futuros cancelados, incluso intra-capitalistas, y promover la aceleración de las tendencias contradictorias en el sistema actual para despegar hacia una organización social totalmente distinta a la vigente, pero producida inmanentemente desde ella. Es una lástima, entonces, que el capítulo termine con la afirmación de que

"si bien las comunas contraculturales y otras comunidades intencionales son necesariamente pequeñas en escala y muchas veces efímeras en su duración, pueden ejercer una profunda influencia sobre la cultura político-popular." (p. 218).

Ocho años después de Inventar el futuro, han desandado por completo su crítica a las políticas folk, que podía pecar de simplista pero había sido realmente innovadora. (De hecho, citan abiertamente el "para todos todo" del programa zapatista, que en aquel libro era la imagen paradigmática de la política fallida que había que dejar atrás). Ahora resulta que sí es importante la pequeña escala y la influencia sobre la política liberal vigente. Casi podría decirse que Hester y Srnicek han chocado de frente con el realismo doméstico que ellxs mismxs diagnostican.

Algo similar ocurre con los tres principios que postulan en el capítulo final: "cuidado comunal, lujo público y soberanía temporal." Con respecto al primero, H&S admiten que se trata de un rebranding del concepto de abolición familiar: lo mismo que hizo el Ingreso Básico Universal con la abolición del trabajo. La pregunta es a quién buscan engañar si lo plantean tan abiertamente. El segundo, "lujo público", parece un mero revival del "comunismo de lujo totalmente automatizado" de Aaron Bastani, que tantas burlas despertó, y con razón. Y el tercero, "sobernía temporal" resuena, al menos leído desde argentina (y por encontrarse en el tercer lugar de una enumeración de banderas políticas) como parte de la saturación semántica a la que fue sometida la palabra "soberanía": soberanía política, económica, ambiental, alimentaria, satelital, etcétera, etcétera.

Pero quiero dejar la chicana de lado, porque en realidad en la palabra "soberanía" puede encontrarse un problema claro del libro, en realidad el más grave. Pese a lo que dije previamente, no creo que este sea un texto moderado y liberal: tiene planteos originales, bien fundamentados e historizados. Es cierto que cuando pasan a lo propositivo parecen titubear, pero alcanzaría con el marco conceptual propuesto. El problema es teórico y más grave, en particular para autorxs que vienen de la tradición aceleracionista: hay una confianza plena en la soberanía, tanto a nivel macro como micro.

H&S parecen convencidos de la capacidad soberana de la Humanidad para autogobernarse y transformar radicalmente sus formas de organización societal. Pero, sobre todo, parecen creer que las personas pueden saber lo que desean y conducir teleológicamente sus vidas hacia ello de una forma plenamente transparente y aproblemática. Esto es particularmente evidente en el capítulo referido a los estándares de cuidados:

"Más que la deliberación individual, es necesario transformar las estructuras que imponen estos estándares. En última instancia, necesitamos crear los medios a través de los cuales podemos determinar y autolegislar colectivamente los tipos de normas con los cuales querríamos comprometernos."

Ignoran, parece, que los estándares (de limpieza, de calidad de la cocina, de tiempo libre) no son impuestos malévolamente por agentes perversos, sino que, como han estudiado decenas de teóricos marxistas, hay procesos complejos de subjetivación en los que estamos inmersos continuamente. Esta fe en la regulación autoconsciente de la vida social no es prometeísmo, en el sentido aceleracionista, sino un simple positivismo. Me pregunto qué diagnóstico sobre la imposición del capitalismo puede seguirse de una concepción de este tipo sobre la agencia humana. Si las personas sabemos lo que queremos y podemos conseguirlo a través de normas, ¿por qué vivimos en un régimen injusto, por qué lo elegimos?

En otras palabras, el libro cae presa de una ilusión de transparencia e ignora la existencia de algo así como el inconsciente, pero sobre todo parece soslayar toda dimensión deseante. O, más bien, ignorarla en su abordaje normativo, porque sí la rescatan cuando piensan la cuestión del tiempo libre, del aspecto placentero además de la familia y la vida doméstica. Esos son los pasajes más fisherianos (jamás habría cometido un error así Mark, que nunca dejó de ser lacaniano), y los más potentes del libros: aquellos donde se advierte que el realismo doméstico no puede ser disputado con "normas" sino con imaginación y prácticas políticas situadas. Si el precio a pagar por esos pasajes es cierta rehabilitación de lo folk, tal vez valga la pena hacerlo: a ocho años de Inventar el futuro, quizás sea más grave la domesticación liberal del aceleracionismo de izquierda que la celebración de la pequeña escala.