Suicidios, arte y pensamiento

Quise escribir algo sobre Mark Fisher y terminé reseñando un disco de 2019. Son apuntes urgentes sobre suicidio, determinismo y negatividad.

Suicidios, arte y pensamiento

Atravesando Once en el colectivo pensé, no por primera vez, que tengo que dejar de escuchar Purple Mountains. Ese puede ser un buen punto para empezar este texto: es llano, personal, y para colmo verídico. Otro punto de inicio podría ser esta declaración de Nicolás Mavrakis sobre Mark Fisher. Quizás podría empezar con alguna cita de Artaud sobre Vincent Van Gogh. Prometo que todo esto tiene sentido y coherencia.

Pensaba, entonces, que no tengo que dejar de escuchar Purple Mountains, el único disco del proyecto musical solista homónimo que desarrolló David Berman en 2019. Berman fue en los 90 el líder de la banda de alt-country Silver Jews, una joya del indie de fin del milenio. Es Elliott Smith pero neoyorkino, o un Wilco más terrenal. En fin, Berman grabó el disco más una década después de su último disco. El 12 de julio de 2019 fue publicado. El 7 de agosto lo encontraron ahorcado en su departamento.

Purple Mountains es brillante. Permítanme una breve reseña. El tema que lo inicia, "That's Just The Way That I Feel" marca el tono que tendrá hasta el final: una especie de comedia negra confesional. En el estribillo, Berman juega con los preceptos básicos del budismo; "the end of all wanting is all I've been wanting", repite una y otra vez, sin definirse entre la paz del nirvana o la ideación suicida. La siguiente canción afirma esta sensación, siempre con ironía, desde su título: "All My Happiness Is Gone". El núcleo conceptual del disco lo provee "Margaritas At The Mall", un himno de insatisfacción agnóstica, donde el cantante se pregunta cuánto tiempo puede seguir funcionando el mundo con "un Dios tan sutil". A partir de ese punto, las letras salen del ensimismamiento y se vuelcan hacia las relaciones con los demás. En "She's Making Friends, I'm Turning Stranger" describe la disparidad que encuentra con su (ex)mujer; "ella es mi amiga, yo soy su extraño" canta en un momento. De hecho, la palabra "stranger", al mismo tiempo "más raro" y "un extraño" aparece incesamente a lo largo del disco.

Párrafo aparte merece "Nights That Won't Happen". Es el momento donde el velo se cae: la letra empieza afirmando que "los muertos saben lo que hacen cuando dejan atrás este mundo". Y, sobre el final, la tesis fundamental de Purple Mountains:

This world is like a roadside inn and we're the guests inside
And death is a black camel that kneels down so we can ride
And when the dying's finally done and the suffering subsides
All the suffering gets done by the ones we leave behind

Dice Berman que somos sólo huéspedes en este mundo, que la muerte es un camello negro al que nos debemos montar, y después de dos versos de metáforas oscuras, frena el dispositivo poético y simplemente afirma que "cuando el morir finalmente está hecho y el sufrimiento se apacigua, todo el sufrimiento lo hacen aquellos a quienes dejamos atrás". No suena tan bien en español, me temo. Berman habla de la muerte en primera persona y, sobre todo, hablar del morir como si viniera haciéndolo paulatinamente durante toda su vida.

No sé si recomendar este disco. Es uno de mis favoritos, sin lugar a dudas. Pero, como decía al comienzo, creo que tengo que dejar de escucharlo porque, sorprendentemente, me angustia demasiado. Digo "sorprendemente" sin dejo de ironía: ¿debe la música triste necesariamente ponernos tristes?

Esa es la segunda pregunta sobre la que quiero trabajar en este texto. Pero no se trata de arte triste, en general, sino arte sobre suicidarse creado por alguien que efectivamente acabó con su vida; es arte suicida en sí mismo. Hace falta plantear antes otra pregunta: si el suicidio de Berman debería ser el principal y único lente a través del cual miremos su obra. O, más en general, si el final de las cosas es un agujero negro que absorbe toda otra luz que podamos arrojar sobre su recorrido. Si podemos escapar de la teleología retroactiva que nos vuelve ciegos a las bifurcaciones posibles pero no tomadas. Pero no quiero tampoco perder la especificidad del suicidio: es un objeto tan oscuro que parece dar un permiso especial para esta lectura teleológica.

Es el caso de Mark Fisher, filósofo británico que se suicidó allá por 2017. Desde entonces, su obra se ha puesto de moda en todo el mundo, Argentina incluida. Somos un país muchas veces reacio a este tipo de tendencias en el pensamiento, especialmente cuando vienen del campo marxista; Fisher, sin embargo, llegó. Ocurre con este pensador algo extraño: parece que es imposible cuestionar sus ideas sin incluir un comentario malicioso y canchero sobre su muerte. Lo hizo otro teórico de moda, el ontólogo-orientado-a-hiperobjetos Timothy Morton; en versión argenta lo hizo el ideólogo oficial del maximokirchnerismo, Damián Selci.

No quiero dejar de decir que, sobre todo, los comentarios son de pésimo gusto. ¿De verdad corresponde burlarse de alguien que, evidentemente, estaba sufriendo? ¿No hay un mínimo código moral que podamos respetar? Pero las burlas no están destinadas a la persona de Fisher sino a su obra. Como argumento, es al menos sorprendente. ¿Invalidan sus respectivos suicidios las obras de Sócrates, Benjamin o Deleuze? En el caso del arte, no se trata de una refutación argumental sino estética: ¿no podemos escuchar a Berman, o a Kurt Cobain, o a (je) Avicii sin forzar una tematización de la muerte en cada creación? Por otra parte, no me parecería correcto ignorar que el suicidio efectivamente opera de este modo. Que produce una fascinación específica, que tiende a cubrir la totalidad de los objetos que toca, que sobredetermina (si una sola causa pudiera sobredeterminar) aquello a lo que afecta. Pero justamente el ejercicio del pensamiento, de un pensamiento astuto, es no dejarse tomar por este efecto.

Lo que pasa con la obra de Fisher cuando se la aborda de este modo es que es difícil no hacer uso de su propio andamiaje conceptual; es una obra autorreferencial, metateórica. Específicamente, la depresión y el sufrimiento están tematizados, aparecen en sus escritos. No alcanza, entonces, con afirmar que Mark era un teórico pesimista que analizaba el triunfo total del capitalismo (lectura simplista hasta el paroxismo de su "realismo"), porque diríamos más bien que era un teórico del pesimismo. Irónicamente, quienes leen la muerte de Fisher como el final necesario de su vida y su pensamiento en lugar de una posibilidad trágica y contingente son mucho más deterministas que él.

Mark Fisher: por un deseo poscapitalista

Resulta más difícil separar la obra del cadáver del artista cuando este se encuentra todavía tibio. Purple Mountains es, casi objetivamente, una compilación de palabras arrojadas al aire por una persona que estaba a punto de quitarse la vida. Fisher no tiene un libro así; de hecho, lo que estaba escribiendo cuando se suicidó es Comunismo Ácido... quizás su texto más optimista. Regreso entonces al problema del arte suicida, habiendo hecho este recorrido por el problema de las lecturas deterministas: ¿debe entristecernos el arte triste? De hecho, ¿no hay también filosofía triste, la de Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger, por nombrar algunos alemanes nomás? ¿Qué nos hace hacer leer palabras tristes?

Soy un defensor de la idea de que no es necesario que las ideas angustiadas reproduzcan la angustia. Escribí sobre eso acá, y tengo una versión más extensa en formato ponencia acá. En primer lugar, la tristeza es muchas veces una manifestación afectiva o estética de la negatividad, en el sentido de aquello que rechaza, que literalmente dice no, al orden de cosas. Este orden se define, actualmente, por una alegría obligatoria, por aquello que Lauren Berlant definió como nadie con el nombre de "optimismo cruel". Pero, en segundo lugar, quiero remarcar la posibilidad de que la tristeza despierta otra alegría, una distinta a la normativa.

Para volver a la música, creo que nadie lo dice mejor que otro cantautor yanki, Conor Oberst, en la canción "Poison Oak", de su banda Bright Eyes. La canción, anteúltima en el tracklist del clásico disco de 2005 I'm Wide Awake, It's Morning (quizás el proyecto musical sobre la Guerra de Irak) trata sobre el suicidio de un amigo del cantante. Es un lamento despiadado, hasta que en los últimos versos dice:

The end of paralysis, I was a statuette
Now I'm drunk as hell on a piano bench
And when I press the keys it all gets reversed
The sound of loneliness makes me happier

Cuando aprieta las teclas del piano, todo se invierte: el sonido de la soledad trae felicidad. En mi adolescencia, ya un fiel adherente a este credo, escuchaba mucho Flatsound, un proyecto solista musical de teclados lo-fi y guitarras acústicas (que sigue existiendo). Mitch Welling, el nombre detrás de Flatsound, sufría de agorafobia y depresión, y sobre eso solían tratar las canciones. Y Mitch hablaba continuamente de esta idea: no hago música triste para sufrir, sino para aliviarme.

Y sin embargo, como ahora con David Berman, hubo un momento en que tuve que dejar de escuchar Flatsound porque me angustiaba demasiado. Haríamos mal en simplemente invertir la lectura determinista y decir que la tristeza siempre es positiva, o productiva, o negativa. A veces, de hecho, es la más fiel aliada del orden de cosas.

Algo que aún no mencioné es como termina Purple Mountains. La última canción se llama "Maybe I'm The Only One For Me". El cantante afirma que ve, a su alrededor, parejas, grupos de amigos, personas con otras personas, y que está empezando a sospechar que no hay nadie más para él. La canción es deliberadamente ambigua. Por un lado, se la puede entender como una afirmación de que el protagonista ha encontrado una forma de vivir posible, aunque solitaria. "I'll have to learn to like myself", canta en el estribillo, aunque sólo después de admitir que guardará sus esperanzas en un estante bien alto.

Por el otro lado, como el mismo Berman dijo en una entrevista, es un himno incel: "no es el tipo de mensaje que me enorgullece promulgar", expresó. "No la pienso como una canción de amor a uno mismo sino como una canción de haberse quedado estancado con uno mismo. Si nadie te quiere cojer, es tu culpa". La canción, como muchas de Silver Jews, tiene que pensarse como una narrativa, como algo contado desde el punto de vista de un personaje, y no como algo que el cantante necesariamente cree. Y Berman tuvo mucho cuidado en hacerlo explícito, porque comprendió que el sentido de la canción podía solidario con visiones del mundo reaccionarias y hasta filo-fascistas.

De nuevo, entonces, la cuestión de la teleología. ¿Conduce necesariamente la soledad al fascismo? ¿Nos vuelve la depresión más fáciles de ser tomados por discursos de violencia reaccionaria? ¿Son los suicidios de Berman y Fisher vías de escape para evitar este final? Es algo que me preocupa de muchos análisis del fenómeno incel: que terminemos creyendo en una falsa equivalencia entre soledad e individualismo, que comencemos a sospechar de la tristeza y de lxs tristes. Pero es un riesgo que tampoco puede dejarse de lado. Es algo que ocurre cuando la negatividad se afirma (¿se niega?) a sí misma y sobre sí misma, y no establece lazos con potenciales construcciones de afirmaciones alternativas. Es lo que le ocurre, por ejemplo, a Lee Edelman en su clásico libro de teoría queer de 2004 No Future, en el que su cuestionamiento a la normatividad sexual lo hace postular a la disidencia como una pulsión de muerte que debe persistir sin asimilarse aún si implica perecer. (Como advierte el título del libro, el equivalente del enojo a lo que acá planteo sobre la tristeza puede articularse como la pregunta por el punk.)

No quise hacer de estos párrafos un mero alegato en defensa de la tristeza. Espero que haya quedado claro que mi valoración de esta forma afectiva es relativamente indeterminada. Si quiero insistir en la necesidad de combatir la alegría obligatoria, también es necesario poner el foco sobre la necesidad de que las formas de negatividad que propongamos (en el campo de la teoría y el arte, bajo la forma de la tristeza, el enojo, o lo que sea) deben tener una cierta sostenibilidad. Una negatividad vivible. El proyecto de vida de Mark Fisher, o el de David Berman, no lo fueron. Eso no implica, necesariamente, que sus proyectos de pensamiento y música tampoco lo sean.